A mi ángel

Parece que fue ayer el día en el que te conocí. Tus alitas aún estaban creciendo, pero tus ojos tenían el mismo brillo que desprenden hoy.
Éramos muy pequeños, pero pronto me diste tus manos, para apoyarme en ellas en el quebradizo hilo de la vida, y tus hombros, por si caía al vacío y no tenía donde vertir mis lágrimas. Y después de un tiempo quisiste darme algo más, algo a lo que yo no estaba acostumbrada, Algo que yo no supe entender, y que nunca habría merecido.
A pesar de no estar a tu altura, de haberte hecho daño, de haber crecido y cambiado tanto... Tú siempre has estado ahí, tendiendome tus manos y mirándome con un sonrisa.
Has sido el único que ha derribado las barreras y se ha escondido en la torre más alta de mi alma, sin intención de salir de allí.

Cuando lloras tienes los ojitos de color materia, pero no llores, porque ni el color de tus ojos se puede comprar con la luz de tu sonrisa.

Gracias porque eres mi mejor amigo, porque me consuelas, porque me haces reír, porque me haces imaginar, porque me ves especial y haces que lo sienta, porque por mucho que nos enfademos siempre volvemos a ser los mismos y por ser la persona más sincera y pura que he conocido.

Te quiero, mi ángel de la guarda.